Tomado de
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domingo, noviembre 27, 2011
ORINOCO DE SU ALFA AL DELTA
El Orinoco es un largo celaje que cruza mis recuerdos, con la viveza de las serpentinas que se lanzaban en los carnavales del Puente Jesús, en La Guaira de mi niñez. Mi padre, fabulador por antonomasia, me llevaba cada domingo a la plaza Vargas donde comprábamos los diarios y luego nos íbamos hasta los restos amurallados de La Subida del Colorado, desde donde veíamos los barcos fondeados en el puerto y él me entregaba las comiquitas, mientras se dedicaba a escarbar los periódicos.
Lengüetero, como siempre fui, en breve comenzaba a preguntar por los navíos que reposaban en la rada. Sempiternamente comenzaba preguntando por su procedencia. Papá respondía siempre, sin levantar la cara de lo que leía:
– Ese viene del Orinoco.
– Del Orinoco?
– De la misma cabecera, ese salió anoche tempranito y esta mañana llegó de madrugada.
Y yo le creía. Es decir, que mi inocencia, o pendejera, es de vieja data, rondando el medio siglo para ser precisos. Pero, a la par que le creía lo estimulaba, porque de inmediato proseguía:
– Papá y el Orinoco no es muy lejos?
– Lejísimo, eso es por donde Judas se guindó del cogote; y hay unos leones enormes más grandes que los elefantes, y unos tigres que se comen a los tiburones, y los indios cazan a los monos sin escopeta.
Y yo empezaba a delirar, alucinaba, sin todavía conocer a Emilio, el señor aquel de apellido Salgari, ni a sus personajes, me convertía en un Sandokán rechoncho, tropical, caribeño y subdesarrollado que se aventuraba por el cauce de aquel río que papá me informaba con recurrencia dominical: “Es el río más grande de Venezuela, el segundo de América del Sur, quinto del continente, y el más largo y caudaloso del norte de Suramérica; y que, como pasa con todo, nace siendo chiquitico”
Cuando años más tarde, adquirí este vicio vital de las letras y leí El soberbio Orinoco, de ese otro mago de la palabra que fue Julio Verne, mi ensueño se remachó al encontrar esto: En toda su costa la vegetación es exuberante, tupida…, ¡inmensa! En estas circunstancias, la Naturaleza se muestra fértil y hasta si usted quiere, hermosa y maravillosa…
Afirman que la palabra Orinoco quiere decir en lengua indígena Tamanaco Serpiente emplumada. Otros dicen que es de origen warao y significa río padre. Hay quienes aseguran que el topónimo más antiguo sería Wirinoko o Uorinoko, que significa el lugar donde se rema, por wiri: donde remamos y noko: lugar.
La primera referencia histórica que existe de este río es de 1498 cuando Cristóbal Colón lo avista durante su tercer viaje a las tierras americanas. De la relación que hace el genovés de aquella tercera jornada cito: Y digo que si este río no procede del Paraíso Terrenal, viene y procede de tierra infinita, del Continente Austral, del cual hasta ahora no se ha tenido noticia; mas yo muy asentado tengo en mi ánima que allí donde dije, en Tierra de Gracia, se halla el Paraíso Terrenal.
No fue sino hasta el 27 de noviembre de 1951 -se hace hoy 60 años- cuando una comisión franco-venezolana, encabezada por Franz Rísques Iribarren, llegó a sus cabeceras, a 1.047 metros sobre el nivel del mar, en el Cerro Delgado Chalbaud, en el sector sureste del Amazonas venezolano.
Su longitud total es de 2.140 kilómetros y lo alimentan 194 ríos y cerca de 600 subafluentes que constantemente desembocan en su torrente para conformar una cuenca que cubre más de un millón de kilómetros cuadrados y ocupa el 70% del territorio venezolano.
Es tarea imposible escribir sobre él y no caer en las cifras, pero es la única manera de tratar de hacer entender su pasmosa magnitud. Los afloramientos rocosos, así como la acumulación de material sedimentario y la combinación de ambos elementos, han dado lugar a la formación de casi 600 islas a lo largo y ancho de su curso, siendo Isla de Ratón la mayor con un área de 40 Km2.
El caudal promedio de sus aguas, como expliqué en una nota anterior, la que habla de los Warao, es de 18.000 metros cúbicos por segundo, a la altura del inicio del delta; el cual se expande continuamente debido a cerca de 100 millones de metros cúbicos de sedimentos que anualmente el propio río Orinoco va depositando allí.
Son centenares de pueblos los que existen a lo largo de sus más de dos millares de kilómetros. Sus orillas presencian el paso de niños, mujeres y hombres que desgranan historias y ponen sus huellas en sus aguas y arenas. Muchachos que se llenan de asombro al verlo por primera vez...
La pesca artesanal se sigue llevando a cabo, con la parsimonia de siempre, en sus aguas engañosas. Corriente parda e insondable de mansedumbre que sabe ser feroz, donde la vida –parodiando a Ciro Alegría– es ancha y ajena; hasta llegar a Ciudad Bolívar. La secular Angostura de la que Andrés Eloy Blanco dijera con hermosura, que envidio:
En Angostura, el aguatiene la hondura de un concepto
y acaso aquí es el río la sombra de Bolívar,
metáfora del alma que no cabe en el cuerpo.
El puente que lleva su nombre contempla el paso de cayucos y navíos, a la vez que ampara a quienes se escurren de la canícula en su frescura.
No hay otro modo de ir andándolo. Son pinceladas que pueden ir dando una pálida semblanza de su presencia gigantesca. A la altura de San Félix, y a 680 kilómetros en línea recta –pero más de 1.300 kilómetros de recorrido- desde su lugar de nacimiento, tiene casi tres kilómetros de ancho. Allí numerosas personas y vehículos lo cruzan a diario utilizando el servicio de las “chalanas”.
Las zapoaras resplandecen en las mesas. Y nuevamente Andrés Eloy Blanco me regresa al recuerdo:
Orinoco,
gran Río Útil,
primer ciudadano de Venezuela,
tu prueba
nos pasó por tu mismo filtro.
Río abajo, a 200 kilómetros en línea recta de su desembocadura en el Océano Atlántico, los conquistadores hispánicos construyeron, entre los siglos XVII y XVIII, dos fortalezas de piedra en su margen derecha, en medio de una vegetación feroz. Se fabricaron con la intención de resguardar el camino hacia las fabulosas riquezas de las minas de El Dorado. Nunca supieron entender que la riqueza buscada la tenían al frente y bajo sus propios pies: en el río y sus riberas hay una cornucopia vegetal y animal en la que todavía se siguen produciendo hallazgos de todo orden, en los suelos guayaneses el oro, los diamantes, el hierro, la bauxita –entre muchísimos otros- son cuentas de un rosario infinito de tesoros.
Su encuentro con el Atlántico es un laberinto de caños y verdes donde se desarrolló la cultura Warao. Este grupo indígena con una edad estimada de 20.000 años sobrevive entre los innumerables brazos finales del Orinoco. Son 40.200 kilómetros cuadrados de agua, manglares, palmas, barrancos, viviendas y caseríos.
Pido excusas por la recurrencia de hoy al poeta cumanés, pero es que Andrés Eloy dijo con las palabras precisas lo que este torrente es:
Río delgado de las fuentesrío colérico de los saltos,
río de las siete estrellas,
que en la Fuente no llenas el hueco de las manos
y luego eres el sueño de un mar sin continencia!
Y de nuevo perdonen, pero ¿cómo no ser pretencioso y estar orgulloso de ser hijo de esta tierra? Aquí se vive en un sueño de vértigos que iluminan los ocasos; y una vida que comienza se recorta como un lucero contra un cielo que delira.
© Alfredo Cedeño
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