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viernes, 17 de enero de 2014

Grandes pintores de aquí: Pablo Benavides



Semblanza de un gran pintor redactada por su hijo
  • Pablo Benavides, cien años hoy

          El 8 de enero de 1914 nació en una casa ubicada entre las esquinas caraqueñas El Peinero y El Pájaro. Guardó por siempre en su afinada memoria los recuerdos de aquella morada, “amplia”, según decía, que habitó con sus padres y con sus hermanos. Comenzó a tallar la madera en su primera adolescencia. A dibujar y a pintar enseguida. Dibujó y pintó cuadros. Estudió pintura y siguió pintando cuadros casi cada día durante el resto de su larga vida.
         Alguna vez vi la que creo fue su única tarjeta personal de presentación: “Pablo Benavides. Artista Pintor.” Y había un número de teléfono.
         Salvo por brevísimas temporadas, uno que otro viaje familiar, vivió toda su vida en Caracas, a la que dedicó lo más notable de su obra. Caracas a cielo abierto y cambiante al ritmo de la luz de sus meses. Del luminoso enero al áspero agosto, tratados con sólidos trazos de pinceles y espátulas sobre aquellos lienzos en los que, de niño, yo veía surgir, cual resplandecientes apariciones, masas de colores que terminaban siendo montañas, y campos, y árboles, y flores, y frutas.
         Confesó una vez: “Puedo decir que todos los temas me gustan por igual, no obstante que me incline a preferir el tema de los viveros y los paisajes. He insistido en los viveros porque en ellos siento la gestación de lo nuevo, el impulso vital de la naturaleza, con su luz tamizada, con la frescura del aire y del color.” En algún momento sentí que su pintura toda lo que expresa es una relación íntima con sus temas. El vivero es quizá la mayor revelación de ese refugio, de esa intimidad. Pero también lo son sus bodegones, y por paradójico que pueda sonar, sus paisajes.
        Mediados de los años 30, del centro de la ciudad a una de sus entonces “parroquias foráneas”: El Valle, que tuvo un papel determinante en lo que fue su vida entera. Allí se enfrentó y tomó clara conciencia de la lucha que su madre, viuda, había comenzado a librar años antes por levantar, ella sola, solo con sus manos, a una familia numerosa. En Los Jardines de El Valle le pasaron las dos cosas más relevantes de su existencia: decidió ser pintor y conoció el amor. Ambas cosas, que para él fueron lo mismo, digo, concurrieron permanentes en su vida, hasta el mismísimo 28 de diciembre del año 2007, muy cerca de sus noventa y cinco años, cuando se despidió de Caracas. Y de esta tierra. Sospecho que no fue por casualidad que se marchó el Día de los Inocentes.
        “Fue un gran pintor. Apoyó a los más jóvenes con palabras de estímulo y de sabiduría. Fue un caballero. Amable y respetuoso.” Eso, y otras cosas sobre sus calidades artísticas y personales que enorgullecen, he oído decir a muchos, desde hace mucho.
        Atesoro su constante paternidad apasionada. En las señas de su tarjeta, la que porto en mi emocionada gratitud, dice: “Pablo Benavides. Padre”.  Sin número telefónico.

    Las fotos:

    Con Luz La Grecca de Benavides. En los viñedos de Pomar. Carora. 1990.
    Retrato de Pablo Benavides. Adrián Pujol. 1998.
    Régulo Pérez. 1995
    Zapatazo. Enero 2008.
    Paisaje de San Luis con campo deportivo. 1987.
    Vivero Itagua. 1971.
    Naturaleza muerta con jarra verde. 1968.






































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