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martes, 1 de mayo de 2012

Tejedores de Nacionalidad RAFAEL MONTAÑO




Alma Llanera, Rafael Montaño y la nacionalización de mi sobrino

      En los años setenta mi sobrino estaba muy pequeño y a mi hermano mayor comenzó a preocuparle la preferencia que esa criatura de entre 3 y 4 años sentía por la música de Estados Unidos. Esto se explica porque él pasaba la mayor parte del tiempo en Chacao, en casa de su abuela materna, donde también vivían sus tíos y uno de ellos tenía una banda de música ¡uff!, como llamábamos mi hermana mayor, Rosa Margarita y yo a esas melodías que no tienen nada, absolutamente nada que ver con la música venezolana.
En términos de comparación la música estadounidense perdía con la nuestra desde el punto de vista de Rosa y mío. Esa música en inglés era lo que estaba de moda y los jóvenes venezolanos la cantaban, la tocaban y tenían sus propios grupos musicales. A Los Dos Caminos a q´ sus abuelos paternos, Evan iba los fines de semana. En el contexto que rodeaba a ese niño, era perfectamente lógico que sintiera preferencia por las canciones escritas en el idioma de William Shakespeare.
         Desde muy pequeño a Evanito le gustó la música y Laureano, su papá, le compró uno de esos tocadiscos de pila que había en esos años. Ese criaturo pasaba horas y horas, ensimismado, sentado en el suelo, viendo cómo el disco daba vueltas y vueltas y mágicamente hacía que ese aparato cantara y tocara esos instrumentos gringos, a todo volumen.
         Esas largas horas las pasaba Evanito con sus dedos medio y anular metidos en la boca, apoyaíto, y el oído atento para no perderse ni una sola nota de sus canciones en inglés. Estático, con la vista fija en el tocadiscos. Nada de lo que pasara a su alrededor le conmovía, ni le hacía quitar la vista de ese aparato.
         Creo que para él en esos momentos ese tocadiscos fue lo mejor que encontró en ese mundo que empezaba a conocer. A los tres años los niños están deslumbrados descubriendo cosas del mundo desconocido que les rodea; repitiendo como loritos todo lo que oyen.

Nacionalícese este muchacho

         Un gran susto me dio el muy hermano mayor mío un día que llegó a Los Dos Caminos con los ojos extraordinariamente abiertos: su cara morena de toda morenura, mostraba gran preocupación, parecía que había visto, mínimo, a El Silbón, el canillúu ese que dicen quique anda desandando en Portuguesa, asustando a todos los parranderos que regresan a sus casas cuando falta poco para que amanezca.
         Eso es típico en él cuando algo le preocupa: él pela los ojos y es como si las pupilas huyeran de sus ojos.  
-Muchacho, dijo mi voz en perfecto dialecto oriental. ¿Qué te pasa?
-Aquí te traigo este muchacho pa´que lo venezolanices. Elba, él es venezolano, nació en Venezuela, es hijo de venezolanos, vive en Venezuela. Tiene que gustarle la música venezolana, dijo Evandro también en dialecto oriental que todavía no ha perdido a pesar de los años que anda por otros derroteros venezolanos, al ver mi gesto de interrogación.
-Tienes una semana para que lo conviertas en venezolano.
-…
Esos puntos suspensivos anteriores significan que el muy hermano mío no me dio tiempo ni para decir Ahh. Nada, no tuve tiempo de decir nada. Evandro estaba realmente preocupado. Vacíe, dicen los larenses.

La Catequización

         Una vez puesta en situación creí que no había ningún problema. Eso es pan comido, habría dicho cualquier venezolano, que para todo tiene un refrán. Yo no lo dije, pero lo pensé. Y me lo creí.
         Como no, si ya tenía yo una discoteca de música venezolana –e internacional también pero en menor cantidad- bien surtida. Música de todas partes de Venezuela. Todos los géneros musicales venezolanos. Desde El coletón, El Tinajón de mi abuela (el que se rompió, según cantaba Francisco Mata), música desde 1800 y tantos años para acá; de los siglos 19 y XX, música de retreta, los sones de San Benito, San Juan, San Antonio y toda la nomenclatura de santos alegres.
         También tengo ahí en ese cofre de lujo, que ocupa un lugar especial y cuando lo abro con cuidadito, encandila de tantas joyas musicales brillantísimas que tiene, discos con nanas venezolanas; heredadas de España, África y de los indios venezolanos, pero que al llegar aquí enseguida adquieren carta de nacionalidad. 
         Con decirles que Venezuela es el único país de todo el mundo donde se arrulla a los niños con el Himno Nacional. No importa que esas nanas vengan de donde sea que vinieren: tan pronto llegan a puertos venezolanos se nacionalizan. Creo que si no es así, no entran. “No, no dentran pa´dentro”, decimos a veces algunos. Pasó con “Duérmete Mi Niño” y con la españolísima Doña Ana. Hay un largo etcétera en esto.
         Material tenía yo entonces para “desgringar” –esta palabra no existe, pero se me ocurre- a mi sobrinito, tan lindo él. Pensaba solamente en venezolanizarlo. Este vocablo tampoco como que existe. Pero nos entendemos.
Los venezolanos tenemos un gran diccionario de voces criollas exclusivo nuestro, que lo nutrimos día a día, mes a mes, año a año. Si hasta la Real Academia de la Lengua Española ya incorporó algunos venezolanismos. Además, somos muy buenos en eso de traducir idiomas a nuestro leal entender y parecer.
¡Los venezolanos somos buenos en todo!

Voltea pa´que te enamores



         Comenzado el proceso para darle su carta de nacionalidad a mi sobrinito, tan chiquitico él, los primeros guanteos no fueron fáciles. Indiferencia total. Muy mala señal. Como siempre, Evanito seguía absorto. Estaba en las garras del Ávila. Cómodamente, enajenación total.
-Fácil no va a ser esta purificación. Ese bautizo se va a retrasar. Y la confirmación también, pensé.
Folía, pasaje, golpe aragüeño, bambucos, danzas, contradanzas, merengue venezolano, seis por derecho, seis figureado, carnaval, pajarillo, periquera, La Catira… Nada de nada. Oriente, otra vez el llano.
Zumba que zumba/que en Caracas estaba yo/zumba que zumba/cuando reventó el cañón… Que tampoco.
-Nada, eso no es conmigo, indicaba la actitud de ese niño. No oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado.
Los 007, Grupo C, Los Tres Tristes Tigres, Azúcar, Cacao y Leche, Marlene, Raquel Castaños, Olga Teresa Machado, Rosa Virginia Chacín, Mario Suárez, Juan Vicente Torrealba, el arpa de Alfredo Tenepe, de Joseíto Romero, de Omar Moreno… Entonces, oye a Ignacio Indio Figueredo…  Por ahí tampoco es.
         Pasaban los días… Nada, ese niño no se daba por enterado de nada. Camina para allá, vente pa´acá. Míralo bien. Revísalo otra vez. Autista no es. Sí era, él era autista sólo para una parte de la música venezolana.
         Bastante molesta y preocupada ya, revisé otra vez la discoteca. Apareció Rafael Montaño con su LP Alma Llanera (LP ERNA 505)*. ¡Bingo! La versión de Alma Llanera de Rafael Montaño comienza con un solo magnífico, magistral, de tambores. Y ocurrió lo que no esperaba. Mi sobrino jamás había oído tambores ni visto a nadie bailar tambores, pero... ni quien se resista a esa música que se mete por los pies y te pone a bailar.

Tócame esos tambores

         Fue como un corrientazo. Se dio el encuentro con sus raíces. Volteó con gran asombro, se paró. Revivió. Y siguió con ritmo perfecto esa música. Con toda la sabrosura que transmiten los tambores. Su cuerpito se movía sabroso, llevando afinadamente la cadencia, cual negrito de Curiepe, de Barlovento, Panaquire. Yo qué sé. De por ahí.
-Ota vess. Ota vesssss.
-Otra vesssss. Me gusta eche disco, námelo.
-Yo quero eche disco.
         “Este niño es venezolano. Muy venezolano”, fue la sentencia firme, expresada con un gran suspiro de alivio. Sentencia firme sin derecho a apelación ni a revire alguno.
         En el empeño porque a su hijo le gustara la música criolla, mi hermano le compraba discos de cantantes venezolanos. Uno de ellos fue un LP de José Catire Carpio (Así Cantan los Llaneros)**, que ese niño rayó inmediatamente, dándole vueltas en el piso, montado él encima, como si fuera la aguja del tocadisco. Sacrilegio total. Se lo cambié por uno de 45 RPM, Mi burrito Sabanero, con Hugo Blanco, para salvarlo de tamaña irreverencia con mi música.
         Durante años, durante toda su niñez, cada vez que ese niño se molestaba por cualquier cosa, me reclamaba su disco:
-Y me devuelves mi disco que me cambiaste. Es mi disco.
-Lo cambiamos.
-No, tú me lo cambiaste. Tú me lo quitaste.
-Entonces, devuélveme el mío.
-No, los dos son míos. Te acuso con mi abuela Carmen.
         Yo me doy fue lo que decidí.


Referencias

*LP Alma Llanera  sello Erna/ER505
Disco rayado, imposible de digitalizar. Búsqueda infructuosa por todas las discotecas de Caracas. Ni siquiera Manuel Carrillo (Musical Carrillo, av. Urdaneta) donde se pueden conseguir discos viejos, lo tenía durante la búsqueda. Si me hacen el favor y son solidarios conmigo, les estaré altamente agradecida.

** LP 308 sello Cima/Así cantan los Llaneros/José Catire Carpio, Eligio Alvarado y Joseíto Herrera/Conjunto Alfredo Tenepe. Es el disco del cambio con mi sobrino. Disco rayado. Logré salvar algunos surcos.





1 comentario:

  1. Ocurrió años después, que mi hermano el mayor de una camada de ocho, se fue con su familia a estudiar a Estados Unidos y recaló en Texas, en Austin, para ser más exactos y ese niño, mi sobrino lindo, oyó más de cerca la música de Estados Unidos.
    Por todos lados la oyó y llevó el ritmo con su cuerpo.
    Pero ya no había peligro, ya llevaba su carta de nacionalidad venezolana. Y además, cuando un venezolano se aleja de esta tierra, entonces se da cuenta que le hace falta.
    Entonces me fajé a enviarle música venezolana a mi hermano mayor. Revistas de aquí también. Así fue. Regresó y vive en Barquisimeto y ahora le sigo enviando música venezolana -cuál otra más-, porque los tiempos cambian y los avances se dan frecuente.
    Ahora le mando esa música por correo electrónico; personalmente cuando viene (me acostumbré a sacarle copia a los CD, se los copio en PD,etc) con la abierta intención de que no se lleve mis discos para Barquisimeto. Ni mis discos ni mis cassettes, ni nada relacionado.
    Ah, pues, esos discos me hacen muy rica. Mis discos y los libros de mi biblioteca. Le voy a tener que comprar una casota a estos: mis libros y mis discos.
    Se la voy a comprar. Les voy a comprar esa casa. Antes de que tenga que dormir otra vez en el suelo porque le dí mi cama a los discos durante unos días.
    Se las voy a comprar, con Dios y la Virgen por delante. Que si no, ¿que no? Les voy a comprar esa casa grande.

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