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miércoles, 16 de abril de 2014

Travesías de Fabricio Ojeda en el río Apure


Relato de 

Fabricio Ojeda Díaz

Perdidos en el Cajón de Arauca apureño




Foto / cortesía Juan Olivares


Definitivamente nos habíamos perdido. Tanto río, tanta selva, tanto cielo, tanto sol, nos habían desorientado. Tanta agua en una misma dirección. Tanto verde a ambos lados. Perdidos. Incluso el capitán de la barcaza, por un misterio inexplicable, no podía responder esta simple pregunta:
-¿Cuánto falta para llegar?
      El hombre no sabía. Al parecer, primera vez que navegaba solo por el bajo Apure. Atardecía y la gente en el bote se desesperaba. Eran citadinos sin experiencia de navegación -algunos ni siquiera sabían nadar- y el trayecto que creían de minutos ya llevaba dos horas sin llegar a ninguna parte.
      La embarcación contaba con una pequeña curiara a motor, que decidimos echar al agua para adelantarnos a investigar. Subimos el conductor de la lancha, un colega periodista y yo, quienes nos adentramos por el río entre la selva buscando un lugar poblado.
      Habíamos recorrido al menos 20 minutos, entre la fuerza de la corriente y el aullar de los monos, cuando avistamos una canoa detenida en un recodo apacible del río. Nos acercamos, saludando.
-Buenas tardes, amigo.
-Buenas tardes. ¿Qué se les ofrece?- respondió y preguntó el hombre flaco, de sombrero y barba canosa, que pescaba, sosteniendo una vara como caña, sin dejar de mirar el horizonte.
-¿Dónde hay un pueblo por aqui?- le consultamos, esperanzados, al ver que el solitario pescador andaba a fuerza de remos.
-En esa lanchita a motor llegan en media hora a San Pablo. O un poco más, porque están a contracorriente. Allá hay de todo. Hasta tiene muelle- contestó nuestro amigo, con la vista fija, sin voltearse a mirarnos siquiera.
-Ah bueno, gracias- le dijimos, mientras el lanchero que nos llevaba, acercaba el bote lo más que podía y en silencio, para confirmar una sospecha.
  



Atamaica-Abajo, Apure VENEZUELA,  Garza blanca llanera.

Pescando a ciegas en el Apure


Canoero al canalete por el Cajón de Arauca apureño

El viejo, íngrimo y desgarbado, de pantalones arremangados y camisa abierta que dejaba traslucir las costillas, tenía como ojos dos masas blancas que parecían algodones y de nada le servían. Dos perlas secas, sin brillo.
      Era ciego como una piedra y estaba allí solo, en el río más grande de nuestros llanos, después del Orinoco, procurando la comida sin más ayuda que una vara, un rollo de nylon, una canoa, dos remos, el oído y el instinto de orientación.
    No "veía", pero se ganaba la vida, y ayudó a un grupo de extraviados que -con todos nuestros sentidos- no podíamos encontrar el lugar que buscábamos impacientes desde hacía horas.
 
Garza real, estampa genuina de Apure- www.oocities.org

                                                                                                               orinocopadrerio.blogspot.com

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