ESTRELLA DEL ORINOCO MAYRA MARTI.mp3 2622 kb Reproducir Descargar |
Acompañamiento: Amado Lovera y su conjunto)
Poema: El Río de las
Siete Estrellas
(Canto al
Orinoco).
Autor: Andrés Eloy Blanco
Una Pumé, la Hija de un Cacique Yaruro,
fue conmigo una noche, por las
tierras
verdes, que hacen un río de
verdura
entre el azul del Arauca y el
azul del Meta.
Entre los gamelotes
nos echamos al suelo, coronados
de yerbas
y allí, en mis brazos, casi se me
murió de amores
cuando le dije la Parábola
del volcán y las siete estrellas.
Quiero recordar un poco
aquella hora inmortal entre mis
horas buenas:
Sobre la sabana los cocuyos
eran más que en el cielo las
estrellas,
no había luna, pero estaba claro
todo,
no sé si eras mi alma que
alumbraba a la noche
o la noche que la alumbraba a
ella;
estábamos ceñidos y hablábamos y
el beso
y la palabra estaban empapados de
promesas
y un soplo de mastranto ponía en
las narices
ese amor primitivo del caballo y
la yegua.
Ella me contaba historias
de su nación, leyenda
que se pierden entre los siglos
como raíces en la tierra,
pero de pronto me cayó en los
brazos
y estaba urgente y mía, coronada
de yerbas,
cuando le dije la Parábola
del volcán y las siete estrellas.
Fue en el momento en que evocamos
al Orinoco de las Fuentes, al
Orinoco de las Selvas,
al Orinoco de los saltos,
al de la erizada cabellera
que en la Fuente se alisa sus
cabellos
y en Maipures se despeina;
y luego hablamos del Orinoco
ancho,
el de Caicara que abanica la
tierra,
y el del Torno y el Infierno
que al agua dulce junta un mal
humor de piedras,
y ella quedó colgada de mis
labios,
como Palabra de carne que hiciera
vivo el Poema,
porque le dije, amigos, mi
Parábola,
la Parábola del Orinoco,
la Parábola del Volcán y las
Siete Estrellas.
Y fue así: La Parima era un
volcán,
pero era al mismo tiempo un
refugio de estrellas.
Por las mañanas, los luceros del
cielo
se metían por su cráter,
y dormían todo el día en el
centro de la Tierra.
Por las tardes, al llegar la
noche,
el volcán vomitaba su brasero de
estrellas
y quedaban prendidos en el cielo
los astros
para llover de nuevo cuando el
alba viniera.
Y un día llegó el primer llanto
del Indio;
en la mañana del descubrimiento,
saltando de la proa de la
carabela,
y del cielo de la raza en derrota
cayó al volcán la primera
estrella;
otro día llegó la piedad del
Evangelio
y del costado de Jesucristo,
evaporada la tristeza,
cristalina de martirio e
impetuosa de Conquista,
cayó la segunda estrella.
Después, recién nacida la
Libertad,
en su primera hora de caminar por
América,
desde los ojos de la República
cayó al volcán la lágrima de la
tercera estrella.
Más tarde, en el Ocaso del primer
balbuceo,
en el día rojo de La Puerta,
nevado del hielo mismo de la
Muerte
cayó el diamante de la cuarta
estrella;
Y en la mañana de la Ley,
cuando la antorcha de Angostura
chisporroteó sobre la guerra,
despabilada de las luces
mortales,
sobre el volcán cayó la quinta
estrella.
Y en la noche del Delirio,
desprendida de Casacoima,
Profetisa de la Tiniebla,
salida de la voluntad inmanente
de Vivir,
estrella de los Magos, cayó la
sexta estrella.
Y un día, en el día de los días,
en Carabobo,
bajo el Sol de los soles, voló de
la propia cabeza
del Hombre de cabeza estrellada
como los cielos
y en el volcán de la Parima cayó
la última estrella.
Pero ese mismo día
sobre la boca del volcán puso su
mano la Tiniebla
y el cráter enmudeció para
siempre
y las estrellas se quedaron en
las entrañas de la Tierra.
Y allí fue una pugna de luz,
una lucha de mundos, un universo
en guerra;
y en los costados de su tumba,
horadaban poco a poco su cauce
las siete estrellas;
que si no iban hacia el cielo
se desbastaban con sus picos la
trayectoria de las piedras.
Hasta que llegó una noche
en que rotos los músculos del
gran pecho de tierra,
saltó de sus abismos, cayó en una
cascada,
se abrió paso en la erizada
floresta,
siguió el surco de las bajantes
vírgenes,
torció hacia el Norte,
solemnizado de selvas,
bramó en la convulsión de los
saltos,
y se explayó por fin, de aguas
serenas,
con la nariz tentada de una sed
de llanuras,
hacia el Oriente de los sueños
el Orinoco de las Siete
Estrellas.
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Elba Romero López
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